domingo, 22 de mayo de 2016

Tinta

Recuerdo de pequeña ir con mi madre a librerías comerciales y sentir felicidad, como un éxtasis infantil, que sigue cada vez que vuelvo.
Entrar era mejor que una juguetería, las lapiceras "Signo" importadas que venían en cientos de colores y aromas me proveían de un poder del cual presumir frente a mis compañeras de primaria y el placer de escribir en las hojas de mi cuaderno/carpeta era inigualable.
Los cuadernos nuevos, el olor a papel, pegar mi nariz a la hoja sin escribir y sentir el aroma a nuevo, a historias por contar que todavía están en los pensamientos de alguien. Los separadores de carpeta que escribía con letras grandes y elegantes los nombres de las asignaturas correspondientes, y el consecuente placer táctil y visual de verlos en folios prolijos y claramente diferenciados del resto de las hojas.

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